domingo, 9 de febrero de 2014

Elecciones en El Salvador y Costa Rica


Federico Vazquez

Las elecciones llevadas a cabo este último fin de semana en El Salvador y Costa Rica muestran que el clima de época que caracteriza a la región desde hace ya más de una década, vinculado con el ascenso de fuerzas progresistas y de izquierda, se sigue verificando.

Hace 22 años, el “comandante Leonel González” bajaba de las montañas para suscribir un Acuerdo de Paz con el gobierno, poniendo fin a la devastadora guerra civil salvadoreña. En el día de ayer, esa misma persona, que en verdad se llama Salvador Sánchez Cerén, maestro, dirigente sindical y uno de los líderes de las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí” durante los años 80´, ganó holgadamente las elecciones presidenciales de El Salvador.

El Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMLN) logró el 48,9% de los votos, mientras que el partido de ultra derecha Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), reunía exactamente diez puntos menos. El sistema electoral salvadoreño estipula que si ningún candidato logra sacar más del 50% de los votos, sea cual sea la diferencia entre ellos, se debe ir a una segunda vuelta, a realizarse el 9 de marzo próximo.

Por qué ganó el FMLN

La pregunta es válida, porque este pequeño país centroamericano pasó casi sin solución de continuidad del azote de la guerra “interna” a una democracia condicionada cada vez más por las organizaciones delictivas (las famosas “maras”) que controlan parte del territorio y disputan -con éxito- el monopolio de las armas al Estado. A eso hay que sumarle una dependencia enorme económica y migratoria respecto a los Estados Unidos, que se resume en un sólo número: el 16% del PBI de El Salvador son las remesas de dinero que envían los emigrados a su país de origen.

En este marco, el triunfo de un partido de izquierda con la trayectoria del FMLN adquiere una relevancia muy intensa. Las razones que lo explican son varias, algunas sorprendentes para una fuerza progresista:

Desde el 2009, en la anterior elección presidencial, el FMLN había logrado, por primera vez en la historia, acceder al gobierno. Lo que no había logrado mediante la revolución armada, llegaba por las urnas. Sin embargo, no lo había hecho en forma directa, sino a través de un candidato extra partidario, Mauricio Funes, un periodista de la televisión, prestigioso y digerible para los sectores medios urbanos, que con un discurso moderado logró romper la hegemonía política de la derecha, que había gobernado el país prácticamente durante todo el siglo XX.

El gobierno de Funes inició varios programas sociales de ayuda, inspirados en la política del PT brasileño (la mujer de Funes, Wanda Pignato, es brasileña y tiene fuertes vínculos con el partido de Lula). Aumentó las partidas para educación (del 2,8% al 3,45%  del PBI)  y de salud (del 1,7% al 2,4%). También hubo una reducción del analfabetismo, a partir del lanzamiento del Programa Nacional de Alfabetización que, de hecho, fue impulsado por el propio Salvador Sánchez Cerén, cuando era ministro de Educación, al comienzo del mandato de Funes.

La seguridad, un tema de la izquierda

Pero lo que tal vez resulta más interesante es que buena parte del triunfo se explica por la política de seguridad del gobierno progresista. Frente al crecimiento de las maras y el aumento exponencial de la tasa de homicidios y violencia, el gobierno de Funes se vio ante el dilema de repetir las fórmulas de la derecha o arriesgarse a inventar otro camino. En vez de insistir en las bien publicitada pero ineficaz “mano dura” (en El Salvador la derecha llegó a tener como slogan “la súper mano dura”), el gobierno de Funes comenzó una negociación entre las dos bandas más grandes del país, la Salvatrucha y Calle 18.  A comienzos de 2012, comenzaron los contactos y el intercambio pasó por trasladar a algunos cabecillas de las cárceles de máxima seguridad a otros centros penitenciarios del país. Entre el 8 y el 10 de marzo de ese año, treinta presos que constituían los mandos superiores de estas organizaciones fueron trasladados. La devolución del favor fue casi inmediata: a fines de mes la Policía Nacional informó que los asesinatos habían bajado un 40%.

Esto no significa un proceso de desarme por parte de estos grupos, ni un mayor avance del Estado en el control del territorio sino, más bien, una baja en la conflictividad entre las bandas. Lo que antes era una guerra abierta, en medio de los barrios, ahora se convirtió en un acuerdo de respeto por el lugar que ocupa el otro. La envergadura de esta “pacificación” es tal que superó, en poco tiempo, a las fronteras de El Salvador. Un año después el acuerdo -aún más explícito- se repitió en Honduras. Ahí, un representante de Calle 18, declaró: “el diálogo es con el gobierno, nosotros vamos a respetar al otro grupo (la mara Salvatrucha) y ellos van a respetarnos a nosotros, vamos a respetar los territorios y a darse buenos resultados”. El discurso, cercano al de un político en campaña, muestra en qué nivel está la instalación de una violencia sistémica y paraestatal en estos países.

Por eso mismo, el desafío del primer gobierno de la izquierda salvadoreña fue comenzar a tratar a estos grupos, ya no como simples “criminales” sueltos, sino como estructuras de poder concretas, con las cuales es necesario tener escenarios de negociación (por más que públicamente el gobierno siga negando cualquier acuerdo explícito con las maras), para bajar los niveles de violencia cotidiana en las calles. Desde este enfoque, el problema de la violencia puede entenderse como producto de la sociedad, antes que como un fenómeno “externo”, al que sólo hace falta “extirparlo” mediante la represión. Habría que agregar que el fenómeno de las maras (al igual que el de las drogas) tiene una terminal en Estados Unidos, donde está el dinero, el consumo de estupefacientes y sus negocios derivados.

Costa Rica, y el fin del bipartidismo

Ampliando el foco, el triunfo del FMLN supone la consolidación de los gobiernos progresistas en América Central y el Caribe. Por ejemplo, para el gobierno sandinista de Nicaragua resulta relevante mantener a un viejo amigo de ruta, desde los tiempos de la insurgencia revolucionaria y es de suponer que la influencia de Venezuela en la región aumente con un gobierno aliado.

Con un vuelco ideológico menos pronunciado, también hubo cambios en Costa Rica. Este país, que no tiene ejército y que logró una estabilidad política inédita en la región (desde 1948 no tuvo interrupciones militares), quebró finalmente un largo período de bipartidismo cerrado. Con un 30% de los votos, Luis Solís le ganó al candidato oficialista, Johnny Araya. El triunfo de Solís emerge ante el descontento por las políticas cada vez más neoliberales de los gobiernos costarricenses, que quebraron la tradición socialdemócrata que tenía el país. Además, en tercer lugar, apareció  una candidatura de izquierda, encarnada en José Villalta, que si bien quedó fuera de la segunda vuelta, cosechó un 17%, lo que lo ubicará como árbitro en el Congreso Nacional, donde tendrá una bancada nutrida.

En definitiva, el caso de Costa Rica, con el tono de moderación que tiene en su tradición histórica, está mostrando un cambio profundo en su sistema político, donde el bipartidismo aparece minado por nuevas fuerzas que van de la socialdemocracia a la izquierda, acompañando así el contexto político que sigue siendo preponderante en América latina.

EL SALVADOR:  RESULTADOS DE LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES 2014



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